Para Jair Pereira nada fue fácil ni en la vida ni en su carrera deportiva, por ello no olvida de dónde viene y lo mucho que le costó consolidase como uno de los mejores defensores del futbol mexicano, llegando a la cima en el 2017 cuando fue parte del título que obtuvo Chivas de Guadalajara bajo el mando del técnico Matías Almeyda en aquella final contra Tigres de la UANL. 

El zaguero del Rebaño Sagrado se consolidó como un jugador confiable durante los seis años que jugó en la Perla Tapatía del 2013 al 2019, pero para disfrutar las mieles del éxito también vivió amargos momentos en su vida personal, aunque atesora los valores y el esfuerzo de sus padre por sacar adelante a su familia, incluso recuerda que tuvo que apoyarlos vendiendo quesos y raspados afuera del Estadio de Irapuato, Sergio Léon Chávez.

 

“Por trabajo de mi papá nos vamos a Irapuato, ahí tuve mi infancia, hasta prepa, me tocó a ayudar a mi papá en la venta de quesos, tenía sus rutas por las rancherías…siempre lo admiramos porque hacía todo para que no nos faltara nada de comer”.

 

 

“De niño, yo vendía raspados afuera del Estadio Sergio León Chávez y veía a los jugadores cuando salían en sus coches y los niños se acercaban a pedirles una foto. Era algo muy bonito, que la gente los admiraba, la parte final de un futbolista, quizás como niño lo sueñas”, explicó el Comandante en entrevista con el periodista Pedro Antonio Flores.

 

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Pereira fue capitán y campeón con Guadalajara en el 2017, luego de su paso por Cruz Azul, donde empezó en el equipo filial de la Liga de Ascenso en Hidalgo, provocando que su padre sufriera al ver las condiciones en las que vivía: “Al principio les costó trabajo, recuerdo que fue mi papá a verme donde yo vivía y casi se le salieron las lágrimas. Me decía ‘hijo regrésate a Irapuato, allá no te faltará nada, tienes casa y qué comer’, pero yo le decía que estaba bien, aunque las condiciones sí eran malas, yo no tenía regadera, me bañaba a jicarazos con agua fría, ratas en la cocina, ventanas quebradas”.

 

 

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