La reciente naturalización de Álvaro Fidalgo, figura del América, abrió la puerta para que el mediocampista sea convocado a la Selección Mexicana. Desde ese momento, buena parte de la prensa capitalina salió a respaldar la decisión: destacan su nivel, su aporte inmediato y repiten que, si ya es mexicano por ley, debe ser tratado como cualquier otro jugador del Tri.

Ese mismo criterio, sin embargo, rara vez se aplica cuando el tema de conversación es Chivas. Cada vez que el Guadalajara suma a un futbolista con doble nacionalidad o formado en el extranjero, el debate sobre la “mexicanidad” vuelve a encenderse. Ocurrió con Cade Cowell -mexicano por Constitución-, con Óscar Whalley y más recientemente con Daniel Aguirre, señalados como si representaran una concesión inédita de la institución.

La reacción suele ser automática: si el futbolista tiene pasado en otro país o un desarrollo fuera de México, se instala la duda. Poco importan los documentos, el reglamento histórico del club o el hecho de que todos cumplan estrictamente con la filosofía rojiblanca. El cuestionamiento aparece siempre en la misma dirección.

En cambio, en el caso de Fidalgo, el discurso cambia de tono. Quienes ven en los jugadores binacionales de Chivas una amenaza a la tradición, defienden sin reservas la naturalización del mediocampista español, apelando a su calidad y a la necesidad de sumar talento al Tri. La vara, de pronto, se vuelve mucho más flexible.

Ahí es donde aparece la diferencia de criterios: para el Guadalajara, cualquier detalle es motivo de polémica; para la Selección, incluso un naturalizado reciente es recibido sin resistencia. Una doble vara que no pasa por la calidad de los futbolistas, sino por el escudo al que representan.