Durante varios mercados, el nombre de Jordi Cortizo fue uno de los que más veces apareció ligado a las Chivas de Guadalajara. Futbolista mexicano, en edad ideal, con desequilibrio y perfil ofensivo. Justo lo que el Rebaño necesitaba. Sin embargo, cada intento rojiblanco terminó chocando contra la misma pared: Rayados tasó al jugador en cifras cercanas a los 10 millones de dólares, un monto que en Verde Valle siempre se consideró fuera de toda lógica de mercado.
La postura de Monterrey fue clara y constante. A Chivas no solo se le cerraron las puertas, sino que se le exigió un sobreprecio evidente, amparado en una realidad conocida en la Liga MX: el Guadalajara solo puede fichar mexicanos. Cuando el interesado es el Rebaño, el precio sube automáticamente. Así, Cortizo pasó de ser una opción real a transformarse en un “lujo imposible”.
Lo llamativo vino después. Muy lejos de sostener aquella valuación casi intocable, Rayados terminó utilizando a Jordi Cortizo como moneda de cambio en una negociación con Grupo Pachuca. El volante salió rumbo al León como parte del paquete que permitió a Monterrey quedarse con Alonso Aceves, y además el club regiomontano tuvo que poner dinero encima para cerrar la operación. El mismo futbolista por el que se pedían cifras exorbitantes terminó siendo un ajuste contable dentro de una transferencia múltiple.
Sobreprecio en la Liga MX: el eterno problema de Chivas
El contraste es imposible de disimular. Para Chivas, Cortizo valía una fortuna; para resolver una necesidad propia, Rayados aceptó incluirlo en una negociación sin que ese supuesto valor inflado se reflejara en efectivo. El movimiento dejó expuesta, una vez más, la diferencia de criterio a la hora de sentarse a negociar con el Guadalajara.
Este episodio vuelve a encender un viejo debate en el fútbol mexicano: el castigo implícito al Rebaño por su política de jugar solo con futbolistas nacionales. Mientras otros clubes negocian con flexibilidad, Chivas se encuentra de manera sistemática con precios inflados, condiciones más duras y exigencias que curiosamente desaparecen cuando el comprador es otro.
Al final, Jordi Cortizo nunca llegó a Guadalajara, pero su salida sí dejó una enseñanza. Rayados pasó de pedir una cifra desmedida a usarlo como pieza secundaria en una operación mayor. Y el papelón no está en que el jugador se haya ido, sino en haber quedado en evidencia que aquel “precio de élite” solo existía cuando Chivas estaba del otro lado de la mesa.
